El lenguaje de las campanas.
Nunca pensé que las campanas de una iglesia de pueblo me hicieran tan bien
El viernes santo, claramente, escuché por primera vez un repique de réquiem. Fue después del almuerzo, o por ahí, y presumí que era por la hora en la que la tradición católica dice que Cristo murió. Por eso, el lunes 21/4 (que aquí es feriado, lunes de Pascua), cuando temprano por la mañana volvió ese mismo repique, grave, pareado, pensé que se había muerto alguien más. Fue el modo de saber sobre la muerte del papa Francisco antes de buscarlo en google.
Vivo a 270 m de la parroquia de Santa María de Cubelles, y, de día y de noche, su presencia es señal de llegar a casa. Su campanario iluminado de lejos, cuando estoy llegando en el R2. Oigo sus campanadas las 24 horas. Pensé que este último detalle me iba a resultar molesto, pero no. No sé qué tiene ese sonido, que además resuena analógico, que no sólo no me molesta, sino que me acompaña y relaja. Estoy aprendiendo su lenguaje para saber la hora, los cuartos, la llamada a misa, la fiesta y y los momentos especiales fuera de agenda, de mi agenda de estudiadora y contempladora serial.
Dos campanarios conocidos, leídos, investigados y sobre todo, disfrutados, en un mes. El primero, el de la torre de la parroquia de El Salvador en El Vendrell, donde estuve viviendo con motivo de mis derivas en el museo Fenosa. Hice nota sobre el ángel veleta de su torre, que me cuidó y me acompañó cotidianamente en las tomadas de sol en la terraza de aquella casa de artistas, marcándome mucho más que los vientos.
El segundo, este de Cubelles, desde donde escribo ahora, donde tengo mi morada estos días de la primavera catalana. La iglesia original es medieval, y sobre ella se erigió esta en 1737; el campanario es de 1765. Se le ven contrafuertes, tiene una puerta muy sencilla de frontis partido, y está cubierta de un almohadillado/acolchado, que le da un aire entre románico/renacentista extraño. Si bien figura dentro del catálogo arquitectónico de iglesias patrimoniales de este país, no tiene “nada” de eso que se considera historiográfica o iconográficamente “valioso”. Pero a mí me gusta, no sé, tiene magia. En su interior hay una mureneta recién restaurada, rodeada de ángeles extraños, frescos modernos (toda la decoración interior es de artistas varones destacados a comienzos de los años 60).
Las campanas se agitan como lenguas, hacen sus sonidos, me hablan en el silencio, conmoviéndome con un lenguaje propio existencial: me marcan el tiempo y sobre todo, los modos de vivirlo, la repetición. Me traen de golpe al aquí, me sitúan al escucharlas, en estas tierras. No tengo nada más que estudiar por ahora, al menos, en esta iglesia. Pero me recuperan de la concentracion excesiva, casi autista, onmipotente, trayéndome al tiempo de estos días, y es todo lo que necesito.
Se los recomiendo, vivan cerca de un campanario.