Recuperar la mística.
La escritura, los museos y la curaduría del arte para creer y dar de creer.
Creo en mi corazón, siempre vertido,
pero nunca vaciado.
Gabriela Mistral
Estoy dando un curso que se llama Místicas, y lo hago como quien da su corazón. Qué imagen ascética y religiosa. Lo doy para un grupo de mujeres que cursa conmigo, puntual, todos los martes, desde hace meses. Estamos totalmente enajenadas; nos aferramos al arte, frente a la melancolía que gira, nos amenaza y nos desespera. Encontramos trazas entre Rafael y Lady Gaga, entre Ghirlandaio y Evita, entre Durero y Zurbarán. Siempre desde la transfiguración, siempre al borde, combatiendo la depresión desde el milagro, desconfiando de quien no se conmueva. Hablamos de arte europeo, hispanoamericano, latinoamericano… hablamos de cine, otro amor inmenso, hablamos de estéticas contemporáneas, de teoría cultural, de nuestras vidas. Yo repito, como un mantra, en cada clase: mística.
Ayer, con amigas, aquí en Catalunya, salió también el tema. Nos dimos cuenta que era un tema común, y que era la base de la fantasía imprescindible como el pan de la mañana. Nos dijimos: dame la mano, nos tenemos. Así, nos dimos de creer un montón, todo el tiempo que duró el almuerzo y la merienda juntas del sábado de Pascua.
Me reconozco creyente. No se confunda, las Iglesias son estructuras políticas, y como tal las tomo. Puedo vivir sin ellas e incluso, contra algunas lucho. Pero no podría vivir sin la mística. Es lo único que me quita la melancolía. No puedo vivir con la melancolía. Solo puedo vivir en quien y en lo que confío. Mística, creencia, confianza, lealtad, son lo que le pido a los vínculos también.
En Argentina, relaciono la falta de mística con cierta derrota. Aquí, en España, con lo que provoca tanta gentrificación urbana y simbólica. Es más que el spleen bodeleriano y moderno, ese aburrimiento moderno del flaneur. Es el consumo eufórico y el duelo de sentirse perdiendo lo que nadie logró nunca tener. Europa.
Mientras, detectiva, Matahari, entro trastornada a los museos de estas costas y tierras adentro, del Mediterráneo fundador, pero también nórdicas, pronto, buscando pistas de alguna clase de mística. Reconozco que los museos siguen siendo lugares que me alivian. Tan contradictorios siempre, ellos, mi consumo conflictivo, raramente estoy limpia más de una semana que no puedo evitar entrar en uno de ellos. Los museos, esas instituciones de secuestro y al mismo tiempo, instituciones de emancipación. Gentrificios y territorialidades a la vez. No puedo sin los museos. Vuelvo del museo y me pongo a escribir, han visto las notas de este blog. Me siento bendecida al escribir, porque es donde se me demora la mística, se me anida, donde la siente sentir. Es allí, en la mística de escribir para alguien que leerá, donde mi voz enamorada se sostiene, creyendo en la palabra, humana. Y a la vez, yo leo a otres, aquí, allá, en todos lados donde puedo. No tengo casa permanente, pero siempre tengo libros, fanzines, textos, cuadernos.
Antes pedía perdón por ser intensa, sensible, y mística. Tengo dos de esas palabras tatuadas, adivinen cuál será la próxima que escribiré verbalmente en mi cuerpo.
Como comer y dar de comer, dar de creer. Necesito la mística, la de curar, curarme de estar sola. Leer y escribir. Ahora sé por qué me dedico al arte, y por qué me reinventé hace ya diez años como curadora afectiva: porque necesito creer y dar de creer.
Mística y mástica se necesitan para vivir.Creo que te tatuarás Mística
dar de creer ... siempre nuestra curadora ayudando a reinventarnos en el amor ... gracias Keke!!