Castells: nens de El Vendrell.
Viajar: segunda nota en este pueblo catalán de esta miradora serial que no deja de aprender.
Múltiples motivos para hacerme fana de la colla castellera de El Vendrell, Baix Penedès de Catalunya. Reconozco que haber sido felizmente invitada a ver un ensayo, comienzo de la temporada 2025, gracias a la generosidad de Jordi Pellicer sumó mucho a este andar por estas tierras y su enorme riqueza cultural. Los castells son torres humanas que llegan a tener 8 pisos, con una piña que sostiene abajo. Los castells son fruto de el cuerpo colectivo (en el ensayo eran cerca de 150 y fue un ensayo pequeño); el objetivo es, justamente, reunirse y hacerlos.
Enumero los motivos de mi entusiasmo:
Es una actividad donde pueden entrar todes, y para toda la familia. Incluyente, no sabe de capacitismos físicos, etarios o sexistas. Si bien su tradición se remonta a siglos atrás, y esta en particular fue fundada en 1926, desde 1980 participan mujeres. Se destaca el área de la canalla, lo que podría traducirse como el piberío, donde los más pequeños tienen a su cargo la tarea de ser lo que más alto trepen y en algunos casos hagan la aleta, el gesto de levantar un brazo en señal de llegada a la cima.
Se nota la alegría, el respeto y la camaradería reinante. En particular, les niñes están en una sala especial del espacio (tienen una suerte de centro cultural propio, donde ensayan y además exhiben fotos y recuerdos de su historia), acompañades y cuidades. Usan casco protector y se los ve felices e involucrados.
Conmueve verlos hacer esta especie de proeza física colectiva, donde las individualidades se disuelven. No hay estrellas en esta actividad, es realmente un trabajo en equipo. Este es un juego que tiene reglas pero donde NO se compite, ni hacia adentro ni con otras collas (grupos de castellers) del mismo pueblo o de otros vecinos. Todo es colaborativo, codiseñado y co concentrado, un ejercicio donde todes están pendientes y dependen de todes. Reitero, conmueve verlo.
Performativamente, es muy potente. Para quienes investigamos este tipo de formas en el arte, la vida, la política, podemos comprender la interdependencia de la acción cultural desde el hacer, sin intectualizar demasiado y dejando las palabras a un lado. Aquí, claramente, la cosa es juntarse, hacer y solucionar los problemas, desde físicos (la mera gravedad), hasta los que puedan provenir de acordar y consensuar más allá de diferencias sociales o políticas. Las memorias corporales de los integrantes de la colla se activan y dialogan entre sí, se aprenden modos de sostener el cuerpo, hacer fuerza, sentir el peso propio y sobre todo el del otre. La responsabilidad que esto signifique también se percibe como parte de la acción.
Desde lo lúdico, sostiene la imaginación como ejercicio de posibilidades. Reunirse a hacer algo que no tiene ningún provecho material directo. Reunirse a jugar, totalmente por fuera de la virtualidad, la lógica de redes y las dinámicas preestablecidas de lo que es dable y conveniente hacer.
Y finalmente, es un juego que además se muestra y tiene sentido en la habitabilidad y vitalidad del espacio público, como lugar donde vivir lo común.
En fin, tendré que venir para las fiestas del pueblo a verlos poner en la escena de la calle lo que han aprendido en sus modos de organizarse en los ensayos. Mientras, apunto aquí y sigo aprendiendo nuevas morfologías de lo colectivo, fantasía y organización, recuperación de la vida social como un lugar seguro, y un significado nuevo: hacer piña, llevarse bien, apoyarse, tener buena relación con los demás.
Si quieren más sobre El Vendrell y su ángel, tienen apunte aquí.